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Ein weiteres Jahr ist vergangen und schon steht es wieder vor der Tür, das Mexikanische Totenfest. Eine Trauerveranstaltung ist es keines Falls, sondern eher ein buntes Volksfest. Nach alt-mexikanischem Glauben kommen an Allerheiligen die Toten zu Besuch aus dem Jenseits und feiern mit den Lebenden ein besinnliches und dennoch fröhliches Wiedersehen mit Musik, Tanz und leckerem Essen.
Ein großer Altar (ofrenda), das Herzstück dieser Tradition, zu Ehren aller Toten darf nicht fehlen. Blumen, Speisen, Getränken sowie persönlichen Gegenständen und Fotos von Verstorbenen schmücken den Gabentisch. Die Kerzen und kleinen Erinnerungsstücke auf dem Altar erinnern an die Verstorbenen und bieten Ihnen eine würde- und liebevolle Heimkehr.
Wer jemals Ende Oktober, Anfang November in Mexiko war, wer Fotos, Filme oder Ausstellungen darüber gesehen hat, wie die Mexikaner die Rückkehr ihrer Toten feiern, der fragt sich über kurz oder lang: „Woher kommt dieser eigenartig-kumpelhafte Umgang mit dem Tod?“ Die Wurzeln liegen in der Zeit vor der spanischen Eroberung. Die indianischen Vorfahren der Mexikaner begriffen das Leben und den Tod als Einheit. Leben konnte nur durch den Tod entstehen und umgekehrt, Geburt und Sterben gehörten zusammen.
So brachten die Azteken der Sonne zum Beispiel Menschenopfer, weil sie glaubten, dass sie nur so am nächsten Tag wieder Licht spenden würde. Das Leben war nur eine von vielen Stationen in einer unendlichen Wirklichkeit. Wer starb, der kam nicht in den Himmel oder die Hölle, sondern in eine von 13 verschiedenen „Regionen“, die alle ganz attraktiv waren. Die Vorstellung einer Hölle, wie im Christentum, gab es nicht.
Wohin ein Toter wanderte, das hing davon ab, wie er ums Leben kam: starb eine Frau zum Beispiel während der Geburt, so ging sie direkt ins Reich der Sonne – ein paradiesischer Ort. Auch gefallene Krieger kamen in ausgesucht schöne Regionen, während ein vom Blitz Getroffener etwas bescheidener, aber keineswegs schlecht weiterleben durfte. Eine Strafe für ein eventuell schändlich geführtes Leben gab es nicht. Wohin die Reise später gehen würde, das war vom Lebenden nicht zu beeinflussen. Unter diesen Umständen gab es eigentlich keinen Grund, den Tod zu fürchten. Die aztekische Gesellschaft war sehr streng organisiert, das Leben war hart und voller Entbehrungen.
Es mag banal klingen, aber auch das scheint ein Grund dafür gewesen zu sein, dass die mexikanischen Vorfahren den Tod nicht mit Schrecken verbanden. Trotzdem zeigen Überlieferungen, dass die zurückgebliebenen Angehörigen Trauer und Schmerz empfanden, wenn eine geliebte Person oder ein Kind starben. Die Rückkehr der Verstorbenen zum Totenfest gab den Lebenden die Gelegenheit, einmal im Jahr mit ihren Lieben zusammenzukommen, und das war (und ist) für viele tröstlich.
Heute ist das Totenfest ein lebendiges Beispiel für die Vermischung der spanischen und der altmexikanischen Kultur und Religion. Statt wie früher im August, feiert man das Totenfest heute an Allerheiligen – einem katholischen Feiertag. Die Messe liest der Pfarrer in vielen Regionen Mexikos auf dem Friedhof und stört sich nicht daran, wenn dazu die Blaskapelle spielt.
Auf jedem Altar für die Toten, der ofrenda, finden sich vier Elemente wieder, die aus vorspanischer Zeit stammen: Blumen als Zeichen der Erde, Kerzen, die das Feuer repräsentieren, Weihrauch als Symbol des Windes und Wasser. Katholische Heiligenbilder hängen neben dem Foto des Verstorbenen und ein Totenschädel aus Zucker liegt darunter. Dies sind nur einige Beispiele dafür, dass die Mexikaner das Kulturerbe ihrer Vorfahren bewahrt haben und heute trotzdem gläubige Katholiken sind. Jeder Beobachter kann in Mexiko – je nach Region – andere Details dieser Art entdecken. Dass die Mexikaner sich heute mit Skeletten und Totenschädeln necken und Witze über den Tod machen, erschreckt den normalen Mitteleuropäer etwas. Aber auch in Mexiko haben die Menschen Angst vor dem Tod; nur spricht man darüber – oft ironisch, manchmal auch ernst. Dadurch ist der Tod allgegenwärtig, man kann das Sterben nicht verdrängen. Und lebt so – vielleicht – ein bisschen mehr im Heute als im Morgen.
La Fiesta de Muertos Mexicana – Una alegre y colorida fiesta popular
Ya ha pasado otro año y de nuevo la tenemos en la puerta, La Fiesta de Muertos, que no se trata en ningún caso de una celebración triste, sino de una colorida fiesta popular. Según las antiguas creencias mexicanas anualmente, el día de Todos los Santos, los muertos vuelven desde el más allá y celebran, junto con los vivos, un emotivo y al mismo tiempo alegre reencuentro con música, baile y deliciosos platillos.
Un gran altar denominado “ofrenda” en honor de todos los muertos, es la pieza central de esta tradición. Flores, comida, bebida, así como objetos personales y fotos de los fallecidos decoran la ofenda. Las velas y los pequeños recuerdos de los difuntos sobre el altar les honran con una digna y cariñosa bienvenida de vuelta a casa.
Quien en alguna oportunidad estuvo en México a principios noviembre, quien haya visto fotos, películas o exposiciones sobre como celebran los mexicanos el regreso de sus muertos tarde o temprano se preguntará, ¿de dónde viene esa singular y amistosa relación con la muerte? Las raíces de este vínculo están en el tiempo anterior a la conquista de México por los españoles. Los ancestros indígenas de los mexicanos comprendían la vida y la muerte como una unidad. La vida únicamente podía existir junto con la muerte y a la inversa, nacimiento y muerte se complementaban.
Los aztecas ofrecían sacrificios humanos al sol porque creían que solamente así volvería a regalarles su luz y calor al día siguiente. La vida era una más de las muchas estaciones que componían una realidad infinita. Quien fallecía no iba al cielo o al infierno, sino a una de éstas 13 atractivas y diferentes regiones. La idea cristiana del infierno no existía.
A dónde iba un difunto dependía de cómo hubiera perdido la vida. Por ejemplo, si una mujer moría durante el parto iría directamente el reino del sol, un lugar paradisiaco. También los guerreros caídos en combate marchaban a regiones elegidas por su belleza, mientras que, aquellos que habían sido fulminados por un rayo iban a regiones más humildes, pero en ningún caso malvivirían. No había un castigo por haber llevado una vida vergonzosa. Hacia dónde iría el viaje tras la muerte no era una decisión que pudieran influenciar los vivos. Bajo estas circunstancias no existía motivo alguno para temer la muerte. La sociedad azteca estaba estricta y severamente organizada, la vida era dura y llena de privaciones.
Puede parecer banal pero todo esto parece ser un motivo por el cual los ancestros antiguos mexicanos no temían a la muerte. La transmisión de las tradiciones nos enseña que, a pesar de todo, los parientes y familiares de los fallecidos sentían tristeza y dolor cuando moría un ser querido o un niño. El regreso anual de los difuntos para celebrar la fiesta de muertos daba a los vivos la oportunidad de reencontrarse con sus seres queridos. Este reencuentro era y es, para muchas personas, una fuente de consuelo.
La fiesta de muertos en la actualidad es un vivo ejemplo del sincretismo de la cultura y religión españolas con las ancestrales tradiciones mexicas. En lugar de celebrarse en agosto como antiguamente, hoy en día la fiesta de muertos se celebra el primero de noviembre Día de los Difuntos, festividad católica. En muchas regiones de México el cura párroco celebra ese día la misa en el cementerio y no se molesta si ésta es amenizada por una banda de música popular.
En cualquier ofrenda se encuentran los cuatro elementos prehispánicos: flores como símbolo de la tierra, velas que representan el fuego, copal (incienso) que simboliza el viento y agua. Fotos de santos cuelgan al lado de las de los difuntos y junto a una calavera de azúcar.
Estos pocos ejemplos nos demuestran que los mexicanos cuidaron y protegieron la herencia cultural de sus ancestros y que, a pesar de ello, son creyentes católicos.
Cualquier buen observador puede descubrir en México, dependiendo de cada región, detalles de este tipo. Que hoy en día los mexicanos bromeen hay hagan chistes con esqueletos y cráneos sorprende y asusta un poco a los centroeuropeos. En México también se le teme a la muerte, pero se habla de ella, con frecuencia de forma irónica pero otras veces en serio. Por ello la muerte es omnipresente, uno no la puede ignorar ni evadir… pero tal vez por ello vive más el hoy que el mañana.
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